17 de septiembre de 2017

Homilía - Domingo 24º T.O. Ciclo A

Las lecturas de este domingo hablan de Amor y des-Amor por los cuatro costados. El libro del Eclesiástico lo explica muy bien al enumerar los efectos del des-Amor, del pecado: rencor, ira, venganza, odio, etc. Este texto aboga por el Amor, como lo hace la Sagrada Escritura en su totalidad. Frente al mal está el poder de Dios que es Amor, que queda expresado aquí en cumplir los mandamientos, que para nosotros están muy bien actualizados en las obras de misericordia.
            Me lo decía una amiga el otro día: “prefiero vivir en paz que tener razón”, precisamente la fuente de muchos de nuestros males procede del sentirnos poseedores de la verdad y, por tanto, de la razón. Por el contrario, es preferible estar a bien con los que nos rodean, que andar a palos, o con miradas de desprecio, o sin hablarnos.
            Sin embargo, en esta sociedad en la que vivimos puede ocurrir que se confunda la bondad con la estupidez. Por eso también la Escritura nos advierte: “conviene ser astutos como serpientes y pacíficos como palomas”. No obstante, está claro el sentido de este libro sapiencial: hagamos el bien, sin mirar a quien. No demos importancia a lo que no lo tiene y caigamos en la cuenta que el perdón es una raíz del Amor. Quienes verdaderamente se aman se piden perdón cuando se ofenden, ¿por qué? pues porque si se aman una parte de ellos está en el otro; esto lo entenderán muy bien los que están unidos por el vínculo del matrimonio.
            El Salmo reza precisamente con un canto de alabanza al perdón que procede de Dios, pues en el Señor podemos sentir la perfección del Amor verdadero. La Iglesia ha recibido el deseo de Dios que vivamos en paz y armonía y por ello el Señor elevó a la categoría de sacramento esta cualidad que tiene Dios que le hace misericordioso.
            Es muy claro San Pablo a los cristianos de Roma, cuando les identifica claramente que estar muerto es estar en pecado y estar vivo, es vivir en clave de Dios. Ciertamente, el pecado nos destruye, nos mina, nos entierra, porque, aunque aparentemos fuerza, en el fondo nos invade la tristeza y todos sus efectos de muerte. Mejor estar en Gracia que no andar mendigando compasión.

            En el Evangelio el Señor cuenta una bella historia y concluye con una sentencia fundamental: “hay que perdonar de corazón al hermano”. No vale, pedir perdón, sin arrepentimiento. A veces se hace mal a sabiendas, y a continuación se pide perdón a la persona. Incluso nos confesamos, pero en el fondo no hay lo que tiene que haber: “si alguien tiene algo contra su hermano cuando va a presentar la ofrenda al altar, primero vaya a pedir perdón al hermano y luego presente la ofrenda”. La religión es exigente si queremos vivirla como Dios manda, y nunca mejor dicho, pero realmente, aun así, es liberadora, porque nos libera del pecado, que oprime el corazón, lo estruja, lo vuelve triste y duro.

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