17 de abril de 2017

Homilía día de Resurrección


Queridos hermanos: el Señor ha resucitado, ¡aleluya!

                Solo pasando por la experiencia previa, la de los días anteriores, los que corresponden con el triduo pascual, podremos apreciar en toda su magnitud esta experiencia pascual. Atajar no tiene sentido, el seguimiento a Cristo en su Gloria pasa por la cruz. Las personas que aparentemente triunfan en la vida se deben al trabajo que hay detrás, al tiempo, a la dedicación, al sacrificio, al quitarse de tanto para luchar por lo que quieren y desean en la vida. Por ejemplo, ningún sacerdote se debería presentar ante esta tribuna sin antes haber leído los textos de la Misa, haber orado, conocer la comunidad que tiene delante,… y entonces -porque conoce a su pueblo- sí dirigirle las palabras apropiadas. Oír lo que queremos escuchar no siempre es lo más conveniente.
Dice el refrán castellano que “solo se sabe lo que se tiene hasta que se pierde”. Han sido días duros para el Señor, pero también para todo aquel que se haya querido afectar por su Vida. Han sido días intensos: donde seguimos viviendo una fuerte persecución a Cristo, el pasado Domingo de Ramos, cristianos que acudían a celebrar en Egipto, en Alejandría, ese día, la Eucaristía, eran atentados terroríficamente, algunos incluso fueron asesinados. Cristo sigue muriendo hoy. Pero la enseñanza de este día pascual es que la muerte, sintiéndolo mucho por los verdugos, por todo aquel que atenta contra la dignidad humana, de tantas y tan diversas maneras, no tiene la última palabra; la tiene la Vida.
Jesús el Señor ha resucitado, esta es nuestra alegría. Alegría que habrá de ser el motor de nuestra vida, especialmente de nuestra evangelización, de la transmisión de la Buena Noticia. Esta no solo le corresponde al párroco y a los catequistas, nos corresponde a todos los cristianos como hijos de Dios e hijos de la Iglesia. La Iglesia, es decir nosotros, nuevo pueblo de Dios, tras la Pascua, por el Bautismo que hemos recibido, estamos llamados a anunciar lo que hemos visto y oído. La Iglesia existe para evangelizar. Y la evangelización la realizan los esposos, viviendo a Jesús en medio de su matrimonio; y los padres con respecto a sus hijos, transmitiéndoles el anuncio de Jesucristo, que es el que hemos escuchado hoy en las lecturas y que -especialmente- seguiremos escuchando a lo largo de la Pascua. Que importante es el despertar religioso y el primer anuncio, en una sociedad en barbecho para sembrar, ahí aprovechará el sacerdote en celebraciones, en el diálogo personal; pero también la comunidad cristiana, especialmente con nuestro testimonio de vida.
La Pascua invita al testimonio. ¿Cómo -sino- anunciar a quien no conocemos? ¿desde qué convencimiento? Este testimonio ha de ser público. Por favor, no vivamos la fe con pudor, incluso en el mismo templo: a veces nos cuesta rezar al lado de los otros, cantar, participar en la celebración leyendo, participando en la dinámica parroquial,… Demos testimonio desde el respeto al otro, sin avasallar, con comprensión, la fe como propuesta. 
Por eso la fe la hemos de manifestar públicamente, desde la alegría de habernos encontrado con el Señor y con el deseo de vivirlo no solo personalmente sino en compañía de otros, la comunidad.
                El Papa Francisco nos está animando a vivir la Iglesia hacia fuera. Vivamos la experiencia de salir del sepulcro, desenterremos nuestra fe, que aflore en esta primavera y dejémonos de cavernas.
                Queridos hermanos, la Pascua nos propone una gran y bonita tarea, es la misión de un cristianos; Jesucristo, por medio de su Espíritu, nos invita a ser misioneros: los niños, los jóvenes, los adultos, los abuelos,… todos somos importantes, nadie es imprescindible.

                ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

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